“Ellas hablaban de Dios entre los bosques, la neblina era espesa y extrañamente tibia, yo no creo en dios, y aún así me asombra hasta el punto de la superstición la belleza que hay en el mundo” (Julio Delgado, comunicación personal, 2023).
Acá, cuando se escuchan los primeros truenos retumbar la tierra y su eco recorre los barrancos, las señoras gritan, “¡Ya se viene el agua!”, mientras se apuran a descolgar la ropa lavada que instantes antes bailaba con el viento. “¡Cierren las ventanas, apaguen la tele y metan rápido los animales!”, indican, y ahí van todos corriendo … borregas, vacas, gallinas e infancias para encerrarse.
Ver el cielo teñido por el gris de las nubes a punto de soltarse, me causa una sensación de querer llorar también con el cielo, porque con este llamado se anuncia que la vida crecerá, que vienen los buenos tiempos después de tanto calor y que al fin los rezos tuvieron respuesta. Por fin lloverá y crecerán los ríos, regresarán las golondrinas, iluminarán las luciérnagas, cantarán las ranas, se humedecerá la tierra, revivirán las flores, el maíz, y al fin aparecerán los tan esperados hongos en el boscoso monte. Así, todo lo extraordinario sucede ante nuestros ojos, la hermosa Tierra y sus ciclos proveen de agua y comida a todos sus seres.
Después de algunos días de lluvias continuas entre vecinos al saludarnos por las mañanas, comenzamos a agregar “dicen que ya hay hongos en el monte” con una mirada emocionada y entre saludo y saludo nos vamos avisando las salidas por pequeños grupos para partir caminando rumbo a los azules montes, antes de que amanezca.
En México, se calcula una diversidad de hongos de 200 mil especies, pero solo el 5% son conocidas. De estas, tradicionalmente se consumen más de 400 especies silvestres (Garibay et al. 2006). Muchos de ellos crecen en zonas boscosas, como en Xiquipilli, mi comunidad. Su trascendencia ecológica radica en que son descomponedores, ya que permiten que se mantengan los nutrientes en el suelo y con ello ayudan al crecimiento de la vegetación y, en suma, a toda la cadena trófica de los bosques.
Cabe aclarar que el cuerpo fructífero que generalmente se conoce como hongo, es solo una parte del hongo, denominada “seta”, mientras que, una compleja red de filamentos subterráneos conocida como micelio es el hongo en sí, aunque en términos prácticos para este escrito seguiremos llamando hongo a las setas.
Por otra parte, el conocimiento etnomicológico, es decir, los saberes de las personas para identificar y preparar los hongos, nos permite vivir parcialmente la soberanía alimentaria. La dieta micófaga resulta indispensable ya que contiene propiedades nutricionales y medicinales (Chang 2004). De hecho, algunxs autores han propuesto que los hongos comestibles se integren a la canasta básica de la sociedad mexicana debido a su importancia alimenticia (Martínez 2010), ya que beneficia al sistema inmunológico, contiene antioxidantes, disminuye el colesterol, reduce la presión arterial y posee propiedades antiinflamatoria, antidiabética y anticancerígena (Wasser 2014).
Y no solo eso, además de los beneficios nutricionales, ir al monte a recolectar hongos nos permite tener una mejor salud física, por caminar largas distancias y respirar el aire limpio de los bosques. Además, nos genera salud espiritual y psicológica. Las personas de la comunidad coincidimos en que ir al monte a buscar hongos nos da bienestar, es el tiempo en que se pueden clarificar los pensamientos, mientras se camina por más de ocho horas. También es el tiempo en el que podemos apreciar con más cercanía nuestro vínculo eco-afectivo con el monte y tener largas y profundas conversaciones entre vecinxs.
Como nos lo expresó Doña Pascualita Castillo:
“Bueno, a mí me sirve de terapia porque pues en casa, en la familia, a veces tenemos problemas y todo y sube uno al monte y te despejas de tu mente, de todos los problemas. Te concentras, bueno, yo en mi persona me concentro en solo encontrar los hongos, ir buscando, ver a dónde están, me olvido de todo y de todos. Es una paz, una tranquilidad el monte”.
Por otra parte, a la relación entre la diversidad cultural y la diversidad micológica se le denomina patrimonio micocultural (Ruan Soto 2020). Este patrimonio, como se ha visto, es un entramado complejo de vida que requiere ser resguardado de manera integral, resaltando sus aspectos materiales como inmateriales, ya que se trata de un conjunto de conocimientos y prácticas bioculturales que integran un sistema simbiótico monte-comunidad, transmitido de generación en generación.
De ello depende que centenas de personas nos alimentemos, pero también a través de esta relación se procura el esparcimiento de esporas y el cuidado de los bosques durante la colecta.
En la comunidad son pocas las personas que pueden andar el monte sin perder el rumbo, el territorio es muy extenso y es fácil extraviarse. Hay historias como la de Doña Cecy que se perdió por dos días. Ella nos contó que solo se amarró con su rebozo a un árbol y que esa noche llovió muy fuerte. Afortunadamente, fue encontrada y hoy día nos cuenta su experiencia, a veces con risa.
Como los vientos en el monte son fuertes, es fácil que se lleve los sonidos, por eso en las salidas procuramos no ir muy separadxs, de preferencia platicando fuerte o chiflando, siempre muy atentxs del otrx, y constantemente buscándonos con la mirada.
Quienes guían son personas mayores de edad, sorprendentes y admirables por la vitalidad que tienen para caminar, el semblante les cambia cuando entran al bosque, que parece recordarles de su infancia. Mientras les seguimos los pasos, nos cuentan anécdotas y enseñan a reconocer los hongos, las veredas y los atajos, tal como sus padres, madres y abuelos les enseñaron. Como Doña María de la Luz Dionisio, persona conocida en la comunidad por distinguir a primer ojo un hongo comestible de uno tóxico:
“Yo me iba con mi mamá de chiquita, y allí fui aprendiendo los hongos. Yo allí fui aprendiendo cómo ver los hongos, cómo se llaman los hongos con quién iba y la verdad, pues así aprendí. Y ya falleció ella y ahora sí, pues yo solita me voy al monte, a veces con mi hermano a veces con personas”.
Pasan las horas y nuestros botes y canastos poco a poco se van llenando de preciosos colores, formas y un aroma tan peculiar que dan ganas de inhalarlos profundamente. La estructura de los hongos es preciosa, al observar detenidamente sus cuerpos, se puede apreciar su armoniosa geometría en cada laminilla e himenio. Es un salto a un bello y misterioso microcosmos.
Casi siempre, a mitad del recorrido se toma un descanso para tomar los alimentos, cada quien lleva algo para compartir y es eso hace que todo sepa mucho más rico. De hecho, una frase típica entre las personas que vamos por hongos es “en el monte la comida sabe más sabrosa», y verdaderamente sí. Si estamos cerca de un río, tomamos con nuestras manos el agua y la bebemos. Quizá una de las cosas más hermosas que he visto, es cómo el agua emana del suelo y las rocas y nacen los ríos que bajan hasta las faldas del cerro.
Cuando se regresa a casa, las personas mayores revisan cada canasto y se aseguran de que no vaya ningún hongo tóxico. Posteriormente, se separan por especies sobre una mesa, hay lobitos, patitas de pájaro, elotitos, juanitos, queshimos, mantecosos, trompas de puerco, quetas…etc. luego, se limpian con mucha delicadeza y se preparan para comer. Otras veces, se truequean o se venden en los tianguis cercanos, porque también representa una fuente de ingreso familiar temporal, especialmente de las poblaciones rurales e indígenas, como nosotros, que vivimos aledañas a las zonas forestales y donde también se presenta un alto grado de marginación (Jasso 2016).
La relación y participación de las personas adultas mayores y las infancias es fundamental para la conservación del conocimiento micológico, así como para la gestión comunitaria y forestal. Es una constante que el aprendizaje sobre la taxonomía local, biología y ecología de los hongos y demás especies (como plantas, árboles y animales), comience desde temprana edad y son las personas mayores, expertas locales, las que transmiten su conocimiento milenario, lo enriquecen, lo cuidan y reproducen.
Las problemáticas que se enfrentan…
Desafortunadamente, ir al monte por hongos cada vez presenta mayores dificultades y las razones son multifactoriales. Por una parte, existen zonas del bosque que están profundamente dañadas por la tala inmoderada, situación que constantemente es denunciada por las comunidades, sin tener ningún resultado. Es evidente que las autoridades de los diferentes niveles de gobierno han sido incompetentes en detener el problema de la tala. En México, se calcula que de 2002 a 2018 la deforestación bruta ha llegado a 32 840 hectáreas por año, según el informe de la Comisión Nacional Forestal (2018).
Por otra parte, la deforestación y las condiciones climáticas que han cambiado considerablemente en los últimos años, prolongan las sequías e incrementan los incendios. Actualmente, existe una emergencia nacional por la cantidad de incendios que se presentan. De acuerdo con el Sistema Nacional de Incendios Forestales, el Estado de México es uno de los estados con mayor presencia de incendios, con 494 en este año, de los cuales 24 están activos.
También, se presentan problemas como la sobreexplotación de zonas boscosas, el acaparamiento de agua, cambios de uso del suelo, contaminación por basureros abiertos, plagas forestales y el ganado extensivo, que hacen que cada vez sea más difícil el crecimiento de algunos tipos de micetos y, por ende, se ponga en riesgo la alimentación de las personas y su conocimiento micológico.
También, se percibe una acelerada y progresiva pérdida de conocimiento biocultural por la falta de participación e involucramiento de las nuevas generaciones. Esta cuestión es preocupante porque es indispensable la comunicación intergeneracional para sostener sistemas de vida y nuestra cultura, que exista la transmisión de saberes nos dota de mayores herramientas para la coexistencia.
Tristemente, cada vez son más débiles los vínculos comunitarios y los problemas sociales se recrudecen con ello, como la inseguridad y el consumo de drogas por parte de las personas más jóvenes. De esta manera, se va rompiendo la confianza comunitaria, las claves identitarias y el reconocimiento/vínculo con el territorio común.
En el caso de la tala de árboles y la disminución de materia orgánica por actividades antrópicas, estos han contribuido en la disminución de 36 especies y la fragmentación del hábitat de los hongos en un 95% en el Valle (Jasso et al. 2016), donde se encuentra Xiquipilli. Ésta es una de las principales actividades ecocidas que vulneran los ecosistemas de la región y representa peligros para los bosques y las personas hongueras, quienes incluso llegan a ser intimidadas por los talamontes.
Cabe mencionar que, esta actividad está vinculada también a prácticas de corrupción y falta de voluntad/ética política de actores políticos y empresariales.1
Además, la presencia de medios de transporte y el tránsito dentro del bosque, así como el pastoreo y el incremento de turistas, generan compactación del suelo y con esto la erosión y pérdida de la biodiversidad local (Jasso et al. 2016). Algunos gobiernos y universidades han proyectado masivamente la colecta de hongos2 (Martinez et al. 2009) como un atractivo micoturístico que, aunado con el ecoturismo altera la regeneración de los ecosistemas y conlleva también a que las personas hongueras cada vez tengan que caminar más lejos para encontrar hongos. De esta manera se prolonga la cadena de extractivismos y la sobreexplotación de los recursos, tomándose hasta agotarlos.
La creciente demanda de la experiencia ecoturística o micoturística, sin una gestión sustentable e intercultural de la zona, pone en riesgo los ecosistemas y vulnera aún más los sistemas vida del territorio, de las personas hongueras, las comunidades y sus conocimientos. Por eso, la colecta de hongos precisa ser reconocida como un patrimonio biocultural en riesgo y su situación requiere ser atendida críticamente con la intención de comprender su complejidad, poniendo en el centro, la vida.
Aún son mínimas las estrategias para la gestión sustentable de los bosques y hongos y se carece de metodologías participativas que permitan dinamizar los conocimientos locales para cuidar, reproducir y subsanar redes de vida. Así mismo, se carece de esfuerzos transdisciplinarios que den cuenta de las problemáticas y alternativas situadas, con observaciones empíricas e historias colectivas, así como el registro de las aportaciones locales, teóricas y científicas que cuenten con pertinencia ética, ecológica y cultural.
Por otra parte, el trabajo de las personas hongueras en la comunidad debe analizarse desde una lente decolonial, esto nos podría ayudar a repensar algunas claves para la gestión comunitaria y territorial de manera intercultural, así como evitar casos de biopiratería3 y fortalecer identidades locales por medio de la memoria comunitaria y la conservación del patrimonio micocultural.
Estas son algunas conclusiones a las que hemos llegado entre vecinxs, gracias a esas largas caminatas. Nos preocupa la situación del monte, cada vez que llegamos a una zona quemada o talada, nos crece la pena. Compartimos el dolor de ver que lo que amamos es destrozado, explotado, extraído y contaminado. Esto nos convoca a organizarnos y denunciarlo, aunque no nos escuchen, también a soltar lágrimas de impotencia y rabia porque somos conscientes de que sin monte no hay vida, no hay agua y no hay hongos. Se extingue la alegría de compartir un taco de hongos de monte en casa, con nuestras familias y amigxs.
Ante este panorama surgen cuestionamientos generacionales que nos invitan a plantearnos qué hacer, qué tenemos a nuestro alcance para conservar nuestros conocimientos locales y cómo rearticluar el tejido comunitario para dar frente a los embates del presente, con la convicción de que otros mundos son posibles si los construimos en común.
Bibliografía
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Wasser, Solomon P. (2014). “Medicinal mushroom science: Current perspectives, advances, evidences, and challenges”. Biomed Journal, Vol. 37, 345–356. https://doi.org/10.4103/2319-4170.138318.
Notas de pie
- Anotaciones propias como defensora de los bosques de Jiquipilco en el año 2019, cuando se llevaron a cabo las mesas de diálogo y mediación con representantes de la Guardia Nacional, PROBOSQUE, Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales, Dirección de Medio Ambiente municipal y personas locatarias organizadas. En estas reuniones se dio a conocer que no existen permisos para dicha tala, pero tampoco compromisos claros para detenerla. ↩︎
- “Valdría la pena incluir la posible influencia de la difusión masiva sobre la importancia del conocimiento tradicional que se ha hecho en México, principalmente en lo referente a salud y alimentación, y en la cual las universidades públicas y los centros de investigación han jugado un papel importante” (Martinez et al. 2009, p. 28). ↩︎
- “La biopiratería es una parte nodal de la privatización de las riquezas y conocimientos biológicos colectivos tradicionales de los pueblos indígenas […] debido a varios factores: el desarrollo de una compleja revolución científico técnica (la biotecnología, la ingeniería genética, los sistemas de información geográfica), la concurrencia de diversos tipos de crisis (económica, política, social y ambiental) y al desconocimiento profundo que la sociedad civil tiene sobre el tema” (Barreda 2001, p. 21). ↩︎