Las diversas formas de habitar espacios de las mujeres indígenas permiten reconocer aspectos de identidad y cuestiones de género que posibilitan analizar problemáticas de territorio y entretejer las miradas de miles de personas que comparten el mismo lugar. Los espacios terminan siendo una parte biográfica de nuestra historia de vida, llena de huellas que construyen nuestro propio universo.
De los varios espacios que habitan las mujeres binnizá, hay dos que me parecen necesarios de abordar en este texto, puesto que la casa y el mercado han sido señalados como escenarios dominados por las mujeres. Al menos eso es lo que muchos autores han escrito… Esta postura, sin embargo, no permite ver la diversidad de pensamientos y sentires de las mujeres de la comunidad.
Este texto conversa con las ideas de algunas mujeres binnizá quienes narran desde sus experiencias algunos sucesos que han marcado su vida en estos espacios y es a través de sus vivencias que nos ayuda a reflexionar los siguientes subtemas:
La casa: La raíz
Hay ritualidades en la comunidad zapoteca que establecen una conexión entre el «ser» y la casa. La más conocida, que se hace desde nuestro nacimiento, es enterrar el ombligo del recién nacido en la casa de la abuela materna. Se envuelve el ombligo y la placenta en sábanas y se guarda en un cantarito de barro para luego enterrarlo debajo de un árbol en el patio.
Esta costumbre tiene varios significados. Uno es para proteger a los recién nacidos y su casa. El otro es para que los hijos y las hijas vuelvan a su pueblo y a la casa de su madre. Norma Cabrera recuerda que:
Mi mamá enterró el ombligo de mis hijos en su patio, por eso desde niña mi hija pide estar más tiempo en casa de su abuela materna que en casa de su abuela paterna, porque según la creencia ahí está su raíz. (N. Cabrera, comunicación personal, 14 de agosto del 2024.)
La casa se construye a través de herencias, sobre todo entre las mujeres. El hogar está construido por herencias de nuestras madres, abuelas, tías. Una fotografía adornando nuestra pared, un banco de madera resanado que ha sobrevivido por generaciones, una olla de cocina para ocasiones especiales, una prensa de tortilla, una rama para trasplantar ese árbol de flores olorosas como el que tiene nuestra madre en su patio, un baúl de ropa y otros objetos que terminan ocupando espacios en nuestro hogar.
La práctica de heredar entre mujeres, construyen significados más fuertes sobre la relación de ellas a la casa, las mujeres zapotecas priorizan la obtención de un terreno para su próxima construcción porque piensan en la herencia que le dejarán a sus hijas para asegurar su futuro y comodidad, algunas mujeres heredan monedas de oro para que sus descendientas puedan empeñarlas y construir su propia casa.
El zapoteco nace en la casa, el lugar seguro para hablarlo, ya que en las escuelas, que es considerado un espacio educativo, hablarlo era castigado. Afuera se hablaba castellano y adentro de casa se hablaba nuestra lengua. Araceli, una comerciante binnizá, recuerda que:
La casa: Un trabajo
Los “cuartos” de mi casa están divididos por muebles gigantes que tienen la función de paredes. El cuarto de mi hermano está pintado de un color azul cielo y una línea de papel tapiz de carros de carreras que él eligió, mientras que mi cuarto es de color naranja con una línea de papel tapiz de flores amarillas, que yo no elegí.
El cuarto de mis padres tiene muebles y espejos, está decorado de la misma manera que el mío, pareciera como si esos colores tuvieran que ver con el grado de responsabilidad dentro del hogar, pues desde los 10 años comparto las actividades del hogar con mi madre, a diferencia de mi hermano donde su inclusión a los deberes fue más demorado.
No sería difícil reconocer mi casa como un lugar de trabajo porque, como muchas otras niñas binnizá, los espacios de vida de la madre son incorporados a sus vidas desde la infancia. La antropóloga Marinella Miano Borruso (2002) afirma que en la cultura zapoteca las niñas mantienen una cercanía con su madre, ayudándoles en las tareas del hogar, aprendiendo los conocimientos y comportamientos sociales asignados a las mujeres.
Las niñas zapotecas se integran al trabajo del hogar a una corta edad, realizando actividades de aseo, cocina o de venta que ocupan espacio y tiempo en su infancia. Es este tipo de actividades lo que hacen que las niñas se comiencen a diferenciar de sus hermanos varones, pues desde niñas comienzan los reclamos por las pocas horas de juego a diferencia de los niños. Nuestro hogar se convierte en nuestro espacio de trabajo desde muy pequeñas.
La casa se reconoce históricamente como un espacio de privacidad e intimidad que está vinculado con las mujeres, mientras que los espacios públicos, como el mercado o el palacio municipal, están vinculados con los hombres.
Sin embargo, dentro de la comunidad, esta idea de lo privado e íntimo llega a romperse en diversas situaciones por el trabajo de las mujeres. Por ejemplo, muchas mujeres binnizá convierten espacios de su casa en pistas de baile para las miles de fiestas que realizan, o abren sus puertas cuando improvisan un pequeño puesto de comida o vendimia y ponen un letrero para vender algún producto. Están dejando de lado la idea de la privacidad y creando un espacio de idas y vueltas de gente extraña que entra y sale de su hogar. Esto le da una resignificación a la casa, convirtiéndolo en un espacio público según sea necesario para las actividades de las mujeres.
Por otro lado, observando el recorrido doméstico que hace mi madre dentro del hogar, podríamos decir que habita todos los espacios de distintas formas: contando son más de cincuenta actividades relacionadas con la casa que ella tiene que realizar todos los días, teniendo algunas variaciones.
Comencé a observar el piso de mi casa y me di cuenta de que hay una línea de azulejos desgastados en la entrada de la cocina que si lo sigues forman un camino de azulejos desteñidos que representan el recorrido doméstico que hace mi madre. Norma Cabrera Jiménez comenta lo siguiente:
Es importante reconocer la apropiación de los espacios y los significados que las mujeres les dan, incluso aquel recorrido doméstico que realizan muestra la historia de ellas. “La casa misma está constituida por tránsitos cotidianos, tránsitos donde el género marca inequívocamente los ritmos”, comenta la socióloga Leonor Arfuch (2013, p. 4)
Las mujeres zapotecas transitan el hogar como suyo, como algo que les pertenece, sin embargo, siempre buscan la libertad. Las casas pueden tomar significados distintos por las características de sus habitantes, en muchos hogares se habita en violencia y el concepto de hogar parece cambiar, pero las mujeres buscan apropiarse siempre dejando esas huellas que parecieran invisibles ante otros ojos, menos al de ellas, pues reconocen su andar y su trabajo.
El mercado: Un segundo trabajo.
Para las mujeres de la comunidad donde pertenezco, la casa y el mercado son espacios que han sido habitados por generaciones de mujeres atrás, incluso las formas de vender o el producto que ellas venden son heredados por las mujeres de la familia. La mayoría de nosotras somos descendientes de mujeres que han habitado sus hogares como un mercado y los mercados como su hogar. Siendo ambos un reflejo de las altas jornadas laborales de las mujeres binnizá.
Autoras como Miano (2002), mencionan al mercado como un espacio dominado por las mujeres binnizá. En este lugar se realizan compras, ventas e intercambios, es un símbolo de poder económico y en muchos imaginarios es el espacio donde mejor se puede desenvolver una mujer binnizá. Miano hace mención que el trabajo, el manejo del dinero y un espacio económico propio están conceptualizados por ellas (p. 79).
Después del terremoto del 7 de septiembre del 2017,[1]1 los edificios emblemáticos de la comunidad, entre ellos los mercados, fueron destruidos y se hicieron mercados provisionales en casi todos los lugares de la región. Se tomaban espacios sin pavimentar, estacionamientos y parques donde se concentraban las mujeres comerciantes, por lo tanto, podemos decir que los espacios son cambiantes y los sujetos les dan su propia resignificado. Esto se puede entender en palabras de la geógrafa y científica social Doreen Massey, citada por Arfuch, al espacio como “un producto de relaciones e interacciones que siempre está abierto, en proceso de formación, en devenir, nunca en acabado” (2013, p.10).
Aunque pareciera que el mercado es un espacio natural de las mujeres binnizá, como han fantaseado otros investigadores, la realidad es que muchas mujeres tienen que enfrentarse a sus maridos y las altas jornadas laborales.
Griselda, comerciante binnizá del mercado público, menciona que:
Muchas mujeres tienen que ir a escondidas a vender y demostrarles a sus maridos las ventajas de ganar un doble salario, teniendo esto como argumento, los hombres llegan a ceder. Aunque esto implique hacer jornadas laborales largas, pues para considerarse una “buena mujer binnizá” no se debe dejar desatendido el hogar, la crianza y además las largas jornadas en el mercado.
Podría decirse que el mercado además de que les ofrece un ingreso extra, también les da habilidades de proveedoras del hogar, lo cual rompe con lo tradicional en las representaciones femeninas. El cierto control de sus ganancias y las maneras de negociación con otras mujeres y hombres influyen positivamente a tomar decisiones, esto puede ser visto para algunos hombres como una amenaza a su hombría.
Griselda menciona que sigue siendo cuestionada por su marido por ir al mercado, las triples jornadas que ella hace la han mantenido muy cansada, por lo cual su marido la ha catalogado como una “mujer floja” quien duerme cuando tiene algo de tiempo.
La mayoría de las mujeres habitan el mercado por un lapso de más de ocho horas, lo que en México es una jornada laboral, sumándole las horas de trabajo del hogar y la crianza de los hijos que muchas veces es llevada de la casa al mercado.
El trabajo de la mujer binnizá, aunque ha sido alabado por muchos investigadores y hombres de la comunidad que se han referido a ellas como “mujeres naturalmente trabajadoras”, ha provocado que se minimice el hablar sobre el cansancio y las largas jornadas de trabajo que ellas tienen. Incluso es considerado un orgullo para la propia comunidad que una mujer sea tan trabajadora e inaceptable que llegue a quejarse y/o cansarse.
Naturalizar a la mujer binnizá como una mujer que no se cansa y que trabaja mucho, invisibiliza las problemáticas que pueden surgir como enfermedades, cansancio físico y mental, hasta llegar a considerar que su trabajo no vale nada por ser “algo natural”.
El mercado: La trinchera
Los olores, los sabores, los estrechos pasillos que te llevan a otros espacios son las memorias que conforman la rudeza del mercado, un lugar donde las mujeres están de pie mucho tiempo, sus manos y cabezas sujetan canastos y bolsas, las gargantas se les resecan al tratar de ganar a los miles de clientes.
El ruido no es nada sutil, la música, las risas y los gritos se entrelazan para construir este espacio, tal vez sea el lugar donde las mujeres más gritan. Las mujeres durante toda la historia hemos sido silenciadas, no se nos permite gritar, la sociedad espera a una mujer con un tono de voz baja y sin tanta presencia.
Griselda recuerda que el primer miedo que tuvo en el mercado fue alzar la voz para vender sus productos, pues nunca lo había hecho. Sentía que su familia se iba a burlar de ella si la escuchaban gritar para llamar la atención de sus clientes, pero la solidaridad y los consejos de otras vendedoras la ayudaron a no sentir vergüenza por mostrar su voz. Griselda nos cuenta lo siguiente:
Entre mesa y mesa se hacen amistades, se perdonan las deudas, se escuchan entre ellas, se cuidan los puestos cuando una tiene que ir al baño y ofrecen tus productos para que no pierdas el cliente porque comparten las mismas necesidades.
Estas prácticas solidarias entre mujeres son las que sostienen relaciones comunitarias en el pueblo, las redes de apoyo que se van consolidando en el mercado pone en contexto una forma diferente de entender este espacio, no como un lugar donde las mujeres mandan y gobiernan, sino como un espacio donde entre mujeres se apoyan porque comparten necesidades similares.
Griselda recuerda lo siguiente:
Entre las pláticas se pueden escuchar la desesperación de no poder vender y que los prestamistas que rondan los mercados estén persiguiéndolas para quitarles sus pocas ganancias del día. Así mismo se puede escuchar consejos sobre el matrimonio, los hijos y las enfermedades como el dolor de rodilla que es lo que más les aqueja.
Celebran las buenas lluvias y abrazan las cosechas naturales, las mujeres binnizá tienen una forma particular de llamarle a sus productos nacidos en sus propias tierras: “tomate de aquí”, “limones de aquí”, “estofado de Ixtaltepec”, “tamales de Juchitán”, “panes de Espinal”, “epazote de La Sierra”, “cilantro de allá arriba”, “papayas naturales”. Estas son algunas frases que se pueden escuchar y que hacen referencia al origen del producto que muchas veces son libres de químicos. Es una forma de diferenciarse de sus competidores, los supermercados que han rodeado el mercado público.
El mercado también es un lugar donde se cría a los hijos, especialmente a las hijas. Las mujeres binnizá tienen a sus hijas a su lado, algunas de ellas ya controlan los puestos de su madre, van y vienen por los distintos puestos con sus uniformes escolares.
Las mujeres ven en este espacio un lugar libre y en algunas ocasiones se dan un gusto, se compran a escondidas de sus maridos un par de aretes de filigrana en pagos pequeños, de sus ganancias eligen cumplirse un antojo y estas decisiones son apoyadas por los consejos de otras mujeres dándoles cierta aprobación a sus acciones sin ser juzgadas.
El mercado no solo es el edificio con el nombre designado, también son las calles que en su andar de las mujeres binnizá van casa por casa ofreciendo sus productos. “El andar es apropiarse del lugar” (Arfuch, 2013, p. 5). También el mercado es su propia casa, donde como dije anteriormente, la casa es definida por lo íntimo y lo privado, pero las mujeres binnizá tienen su casa como locales de mercado, donde venden sus productos e incluso la actividad de venta rompe la rutina doméstica del hogar.
Las miradas externas han descrito a este espacio como un reinado de mujeres, pero yo pienso en lo que a mí me concierne, que es un espacio que responde a las necesidades de las mujeres binnizá. El mercado responde a las irresponsabilidades de sus esposos, al matrimonio forzado que existe en la comunidad y a la búsqueda de una libertad económica. No es un reinado, sino una trinchera que las aísla de cierta manera de un mundo controlado por hombres como a veces pasa en el hogar. Por eso su exclusión de lo masculino en este espacio y la aceptación de lo femenino como los muxes.[2]2
Habitarnos
En relación con todo lo dicho anteriormente, la casa y el mercado, o yoo ne luguiaa en didxazá, son espacios que han marcado la vida y las narrativas de las mujeres binnizá tanto en un acto íntimo como público. La forma en como muchas de ellas existen y conviven ha contribuido a las múltiples miradas que se les puede dar a estos espacios, a la par de identificar siempre varias apropiaciones.
La práctica de habitarnos ha sido una de constante lucha al querer construir un espacio donde se pueda hablar, moverse y vivir dignamente. Hoy en día muchos de estos espacios han sido apropiados por narrativas violentas que nos hacen sentir extrañas y cansadas. Arduamente las mujeres tratamos de recuperar nuestros espacios propios a partir de lo que significa para nosotras.
Cada espacio que decidamos habitar se debe hacer desde la dignidad y la creencia de que nos pertenece, aunque para llegar a eso muchas veces tengamos que derrumbar paredes que estorban a nuestra libertad.
Habitarnos también es un acto comunitario. Las prácticas solidarias que existen entre las mujeres para ayudar a otras mujeres a habitar los espacios ha sido la principal manera de luchar contra el despojo de nuestras formas de vida.
Los trayectos que las mujeres binnizá han realizado en estos espacios han escrito las historias de su propia identidad, los ires y venires dictan las dificultades de existir, pero también el trayecto de la manera en que han construido sus propios territorios. Desde el cansancio de sus cuerpos, hasta las marcas en el piso de sus hogares, siempre se ha luchado por existir y no alejarse de lo que siempre les ha pertenecido.
Habitarnos implica reconocerse dentro de un mundo construido por hombres y que solamente responde a sus necesidades. La forma en las mujeres binnizá hemos habitado estos espacios ha sido tan fuerte que pareciera que responde a un mundo de mujeres, pero en realidad es la resistencia de no abandonarnos. Una resistencia que nos permite luchar contra todo lo que quiere obligarnos a ser extrañas en nuestro propio territorio. Habitarnos es vivir dignamente.
- La noche del siete de septiembre de 2017 un terremoto de magnitud 8.2 sacudió a México e impactó gravemente en varios pueblos del Istmo de Tehuantepec, las familias perdieron sus casas y los espacios comunes quedaron destruidos. ↩︎
- En palabras de Amaranta Gómez, la muxe juchiteca trata de arropar el término de hombre-femenino y con el cual se nos nombra a todas las personas que nacemos varón y crecemos con identidades genéricas femeninas, es una identidad similar a la gay y lo transgénero, pero con características sui generis. ↩︎
Bibliografía
Arfuch, Leonor. (2013). “La ciudad como autobiografía”. Bifurcaciones. No. 12. Universidad Católica de Chile. https://www.bifurcaciones.cl/la-ciudad-como-autobiografia/.
Gómez, Amaranta. (2004). “Trascendiendo”. Desacatos. No. 15-16. CIESAS, pp. 199-208. https://desacatos.ciesas.edu.mx/index.php/Desacatos/article/view/1078/926.
Miano Borruso, Marinella. (2002) Hombre, mujer y muxe’ en el Istmo de Tehuantepec. Ciudad de México: Instituto Nacional de Antropología e Historia.