Cuando tenía siete años una tía llegó a mi casa para contarnos sobre un asesinato que había ocurrido en la comunidad, fue en la toreada, un evento comunitario donde los hombres montan grandes toros y compiten entre ellos. Esta actividad se realiza dentro de las fiestas patronales del pueblo, en resumen, un hombre veía competir a su toro, tomaba mezcal y gritaba con mucha euforia, otro hombre llegó en una motocicleta y sin decirle nada le disparó.
Me imaginé esa escena: la música que acompañaba el momento combinándose con las voces en zapoteco de las y los vendedores ambulantes y luego el viento que levanta el polvo que a veces obstaculiza la mirada, justo en ese punto ciego, ahí fue el disparo, un sonido que se escabulló entre el trueno de los cuetes lanzados al cielo, un sonido que no pertenecía al paisaje sonoro de la comunidad.
El cuerpo de aquel hombre estaba en el pavimento, dice mi tía que la sangre del disparo había llenado los huecos vacíos de la calle de concreto que se crean por la mala ejecución de los materiales o por el desgaste del andar.
Esa sangre se convirtió en una mancha y encima de aquella mancha la comunidad puso una cruz de pintura blanca con flores y veladoras. Yo tenía miedo de pasar por esa calle, ya habían pasado varios meses y prefería dar la vuelta, el nombre de la calle era 16 de septiembre, esquina Xicoténcatl y San Jerónimo pero en mis recuerdos es el lugar donde asesinaron a un hombre.
–Ridxiibi– que en español quiere decir “tiene miedo”, era una frase que decía mi mamá cuando me negaba a pasar por esa calle, aún no sé a qué le tenía miedo: al cuerpo yaciente en el pavimento, a la cruz blanca que me hacía recordar lo sucedido o al sonido del cuete que es similar al de un escopetazo. Por ratos, mientras jugaba se me olvidaba y de repente volvía a recordar que cerca de mi casa mataron a alguien.
En el presente lo he vuelto a recordar y me he puesto a reflexionar ¿Cuántas calles debo de evitar por ser caminos con marcas de violencia? ¿Cuántos transitares en mi comunidad ya no nos pertenecen por el miedo?. De esto va el siguiente texto, del miedo a vivir en la comunidad, lamentablemente ahora son más calles en la comunidad zapoteca del Istmo de Tehuantepec con manchas de violencia, de seguir así, sería muy difícil transitarlas.
Situación actual.
Se ha reconocido al territorio del Istmo como una zona de interés para los empresarios y para el mismo gobierno con la idea del desarrollo de la comunidad a través de los megaproyectos. Por estar en esta zona estratégica también el gobierno mexicano reconoció al Istmo como zona de interés para el crimen organizado.
Mientras el discurso de desarrollo y transformación que difundía el gobierno mexicano sobre el istmo llegaba a los medios de comunicación como un momento de derrama económica y la ventaja del pueblo de haber logrado pagar bajos costos de luz a cambio de la inversión del control del aire con empresas dedicadas al capital eólico, del otro lado de la historia, el despojo de las zonas territoriales a punta de violencia crecía, los delitos y amenazas a campesinos y ejidatarias se hacían cada vez más constantes.
Las megaempresas elaboran una especie de intercambio que consistía en un pago anual o mensual y la opción de una plaza de trabajo para sus hijas e hijos en las empresas de estos megaproyectos asegurando su vida futura. Se crearon convenios con las universidades planificando así las prácticas profesionales de los futuros egresados y la posibilidad de irse al extranjero, el convenio parecía ser un ganar/ganar para todos sin embargo la comunidad zapoteca había cedido parte de su futuro.
Desde acá parece que el despojo pareciera solo ser de forma territorial y que desde ahí ya es bastante grave, pero lo más interesante de esta idea de desarrollo que ha vivido la comunidad es la manera en que se ha utilizado la identidad como campaña de inclusión a favor de estas empresas.
Las empresas han expropiado los recursos naturales e intelectuales de la comunidad creando un plan de inclusión haciéndonos creer que es natural verlos ahí, existiendo entre nosotros, podría decirse un tipo de apropiación de la identidad. Han creado sus propias velas (fiestas del pueblo), sus propagandas en zapoteco o sus inversiones en talleres tradicionales donde obligan a los niños a dar las gracias a las empresas como si se reciclara el ejemplo de colonización que hubo en aquellos años.

Nombres en zapoteco de parques eólicos existentes en el territorio zapoteca del Istmo de Tehuantepec encontrado en Google maps.

Publicidad de cerveza Victoria en un negocio en el centro del municipio de El Espinal, Oaxaca.
Debido a estas ideas y propagandas la comunidad ha cambiado mucho y los índices de violencia han aumentado. Las organizaciones sociales que antes representaban los intereses campesinos han quedado divididos inmersos en las formas políticas y en la corrupción que atienden a los intereses de estas grandes élites.
Ahora existe un aumento de talleres extracurriculares para las infancias y jóvenes, pero están vacíos, la gran mayoría de los que deberían asistir pertenecen a alguna plaza de narcomenudeo y otros han decidido migrar porque han perdido mucho tiempo esperando una oportunidad de trabajo en estas empresas que tanto han prometido.
La violencia ha permeado en la comunidad, el estilo de vida a cambiado con tanta rapidez que es difícil lograr pensarse existiendo de forma segura en el territorio. Un ejemplo de este cambio se ha visto en la vestimenta de las mujeres, quienes han dejado de usar oro real por otro material de imitación por los altos índices de delincuencia.
La comunidad busca una adaptación forzada a estas nuevas realidades, transitamos por calles vacías y oscuras, los espacios más concurridos fueron arrebatados desde el miedo. El parque, las paradas principales de transporte y algunos puestos de comida terminaron en la nota roja en esta ola de violencia.
Esto es un despojo, el miedo a habitar los espacios de la comunidad. La luz del día también permanece deshabitada por la ola de violencia que se deja ver a los ojos de la población como un mensaje amenazante para que todxs “nos andemos con cuidado”.
La música, los sones y las grandes fiestas permanecen en la cotidianidad, acompañados de pirotecnia que es confundida por balazos, la violencia ha contaminado nuestra memoria, nos inquieta pensar si lo que escuchamos es pirotecnia o un asalto a mano armada, pues ambas cosas ya son muy comunes.
La comunidad
El miedo trasciende en la comunidad, se atora en las casas como en las gargantas, en la desesperación de buscar seguridad se cae en el prejuicio, se señala a los pueblos hermanos como los más violentos, se señala la educación, el prestigio, la ropa, los tatuajes, etc.
La periferia de los pueblos sufre doblemente este prejuicio, los que viven cerca del río son señalados como delincuentes, las familias que viven en las partes altas de los pueblos son rechazadas por ser desconocidas en su propia comunidad, la sección de la comunidad que es conocida por su rebeldía, son en la narrativa de la propia comunidad “nido de delincuentes” y seguimos sin señalar a los verdaderos culpables.
La violencia provocada por el capitalismo ha dividido ala comunidad, la ha extinguido dentro de esas frases excluyentes, esto sería una de las consecuencias que más daño nos ha causado como pueblo.
La enfermedad
El miedo es una enfermedad, en el pueblo es visto así. El miedo te cierra la garganta y te da mucha fiebre. También ataca las manos poniéndolas tiesas, los ojos los vuelve pesados y en casos más fuertes crea alopecia.
El miedo es un tapón que no deja correr el aire en el cuerpo, el aire que lleva la sangre a la mente y el corazón. Con ese tapón se impide comer y beber, se pierde motricidad. Para la gente mayor de mi pueblo, Asunción Ixtaltepec, Oaxaca, cuando alguien tiene miedo o se espanta no debe tomar agua o comer tan rápido, debe tomarse su tiempo para que el aire vuelva a transitar por el cuerpo, de no hacerlo puede causar que la sangre se convierta en agua y pierda sus color rojo para volverse pálido provocando anemia.
La forma en la que tratan el miedo en la comunidad es soplándolo con hojas frescas que recorren la oreja, ojos y boca con la finalidad de que con ellas se empuje el aire atorado en nuestro cuerpo o sea quitar el tapón, cuando esto llega a suceder usualmente las personas lloran y comienza una oración para poder pedir paz para su alma.
Pensando que en la comunidad existe un tapón de miedo que fue creado por la violencia, ese tapón que no deja transitar el aire, me pregunto ¿Cuál sería ese otro aliento que ayude a destapar aquél tapón? y ¿Qué ha provocado que se apaguen nuestras exigencias para habitar y transitar nuestros espacios seguros?
Este tapón que no deja voltear a ver la situación actual, que nos ha impedido hablar y exigir, que ha dividido la comunidad y que hemos aceptado migajas de atención occidental por grandes despojos, extractivismo en todas sus condiciones.
Me imagino ese tapón que ha impedido llenar espacios culturales porque los asistentes están siendo asesinados, a la merma de voces de exigencias porque son desaparecidas, a la poca importancia de los recursos naturales, me imagino que al no correr el aire se nos ha vuelto la sangre como agua y sin color, como comunidad enferma y dividida. Así son pocos los que resisten, pero son más los que hacen caso omiso preocupándose por banalidades. Es ese mismo tapón que no ha permitido que las infancias transiten la comunidad sin miedo.
La plegaria: Conclusión
La plegaria nace de la necesidad, es el deseo ferviente del milagro, una plegaria es insistente, cansada y agotadora que se hace en repetidas ocasiones para poder llegar al cielo o tener una esperanza.
En una comunidad de cambios, despojos, violencias, de un escenario militarizado que busca deshabitarnos, pareciera que la violencia nos ha despojado el alma, el miedo obstruye nuestro sentido de pertenecía, ya no podemos decir que para recuperar la identidad zapoteca es necesario cualquier rescate de identidad como la lengua o las tradiciones, sino también la conservación de la vida misma, pues no habrá nadie quien la pueda habitar.
En esa desesperanza que estamos viviendo, surge la plegaria que son todas estas personas que han buscado colaborativamente proteger la dignidad y el derecho de habitar nuestros territorios, que han creado espacios ante la necesidad de hablar las exigencias y que cuidadosamente han conversado con la propia violencia.
En medio de la incertidumbre hay acciones que siguen buscando la paz, los colectivos de jóvenes que a través de las artes dan golpes precisos a la situación actual, al miedo. Reafirmando un discurso de exigencia, ya no solo se trata de retratar la hermosa cultura y las tradiciones sino de cuidadosamente exigir un alto al derramamiento de sangre.
Así mismo, sus plegarias se vuelven memoria, cuando dentro de las actividades se recuerda las injusticias, las desapariciones, los feminicidios, la transfobia que se visten la comunidad. Un ejemplo de ello es la vela delas intrépidas buscadoras del peligro, que antes de comenzar sus grandes bailes han creado una semana cultural donde se ha exigido en estos espacios el alto a la violencia y a la discriminación. Es justo aquí un ejemplo de una plegaria, así como esta hay muchas más.
Hacer comunidad debería entenderse desde estos tiempos violentos, como el aire que ayuda a destapar el tapón para dejar trascurrirla sangre en el pueblo, al final del día se debe procurar entender la acción comunitaria como auto defensa la violencia además de una forma de vida.