La primera vuelta de las elecciones presidenciales de Ecuador se llevó a cabo el domingo 7 de febrero, dejando a tres finalistas para la segunda vuelta (aún por definir, por un recuento de votos): un autodenominado socialista, Andrés Arauz Galarza; un ambientalista indígena, Yaku Pérez y un banquero, Guillermo Lasso. Yaku Pérez ha demostrado en los días subsecuentes a la elección, que hay una manipulación para construir un fraude electoral y dejarlo fuera de la segunda vuelta, y de la contienda presidencial. La lucha entre los dos primeros contendientes está en el corazón de la lucha histórica de América Latina para cambiar la política e impulsar un cambio social profundo.
Puede que sea un país pequeño, aproximadamente del tamaño de Arizona, pero Ecuador ha animado durante décadas la imaginación de los defensores de la izquierda como parte de la «revolución socialista» de América Latina. Durante sus diez años (2007-2017) como presidente de Ecuador, Rafael Correa fue anunciado junto a Hugo Chávez, Evo Morales, Lula da Silva, entre otros, como parte del cuadro presidencial revolucionario que no se doblegó ante el imperio estadounidense. Correa luchó contra el Fondo Monetario Internacional (FMI), dirigió varios programas para nacionalizar los recursos naturales, buscó construir programas gubernamentales para combatir la pobreza y pretendió abrazar el multiculturalismo. Sin embargo, en una mirada más cercana, la realidad era mucho más complicada.
Correa también se involucró en una guerra implacable contra cualquier líder de movimiento social, indigena o de ONG´s que se atrevieran a cuestionar las tácticas revolucionarias de su gobierno. Los programas gubernamentales requerían arcas abiertas que dependían en gran medida de la extracción de recursos naturales —petróleo, minería, grandes represas hidroeléctricas— en tierras indígenas. Eso lo colocó en oposición directa con al menos el 25% de la población, sin mencionar el creciente número de instituciones ambientales, académicos y activistas que veían la dependencia de los ingresos petroleros como una de las principales preocupaciones para el futuro del país. La criminalización de activistas se convirtió en algo cotidiano.
La vigilancia estatal aumentó exponencialmente. El gobierno comenzó a gastar millones en propaganda, trolls y piratas informáticos. Al final de su mandato, Correa—para obtener liquidez, como cualquier clásico régimen neoliberal— decidió sin consultar a nadie, hipotecar el 50% del oro nacional y lo puso en manos de nada menos que Goldman Sachs. Correa fue condenado en rebeldía, por corrupción, a ocho años de prisión—el año pasado— y actualmente vive en Bélgica.
El imperio chino vino a reemplazar al imperio estadounidense, y el país se endeudó tanto con una potencia extranjera como antes, o peor. No es sorprendente, por lo tanto, que el actual presidente de Ecuador, Lenin Moreno —vicepresidente en tiempos de Correa, quien se postuló bajo la Alianza País (el partido de Correa) ahora es considerado un «traidor» a la revolución— volvió a pedir prestado al FMI y cedió nuevamente ante las demandas neoliberales de ese sistema antidemocrático de gobernanza extranjera. La confluencia de la represión estatal, el neoliberalismo y la extracción de combustibles fósiles en los territorios indígenas llevó, en octubre de 2019, a algunas de las más grandes y violentas protestas de la sociedad civil en la historia del país.
Ahora, los 17 millones de habitantes de Ecuador se encuentran nuevamente en un punto crucial. Por un lado, tienen a Andrés Arauz, quien, fue elegido personalmente por Correa, se postuló como un “verdadero izquierdista” y obtuvo el 32% de los votos bajo la rúbrica “Trabajo, Futuro y Dignidad”. Al más puro estilo clientelar Latinoamericano, ofreció donar $1,000 para 1 millón de familias si es elegido.
Por otro lado, está Yaku Pérez Guartambel, el líder indígena y ambientalista que ganó más del 20% de los votos. Él fue arrestado no menos de seis veces durante el gobierno de Correa por defender los derechos de agua contra la minería a cielo abierto. Como Prefecto de la provincia del Azuay, sus políticas para combatir la pandemia, particularmente en la producción y distribución de alimentos, han sido consideradas un logro regional. Se postuló como candidato bajo el Movimiento de Unidad Plurinacional Pachakutik, el único partido político indígena de Ecuador, no sin controversia, ya que varios líderes de las protestas de octubre de 2019 disputaron esa posición. Saxofonista y ávido ciclista, la candidatura de Pérez se opone claramente a la “vieja izquierda” de América Latina. A diferencia de Evo Morales, las políticas impulsadas por su candidatura van más allá de la nacionalización de los recursos naturales; busca una nueva «economía sostenible basada en el biocentrismo».
Guillermo Lasso, dueño del Banco Guayaquil. También es fundador del Movimiento de derecha CREO, ha sido candidato a la presidencia de Ecuador en 2013, 2017 y 2021. Aliado y beneficiario económico de Rafael Correa y Lenin Moreno—su fortuna se incrementó en casi 3000% en los últimos años—. Varios de sus ex empleados, son funcionarios en el Consejo Nacional Electoral que deberían procesar la elección imparcialmente. Hoy, la manipulación electoral denunciada por el movimiento indígena y Yaku Pérez, beneficia al banquero, que no tiene ninguna posibilidad de ganar al correísmo en las urnas.
Un hecho a resaltar, el Movimiento de Unidad Plurinacional Pachakutik—que nace en 1995 como brazo político de la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (CONAIE), después de los alzamientos indígenas de 1992—tiene su mejor resultado electoral histórico, la bancada indígena en la Asamblea Nacional será de al menos 27 asambleístas. Convirtiéndose en la segunda fuerza política nacional.
Lo más fascinante de la elección en Ecuador es que refleja un movimiento continental que ha dejado atrás la revolución socialista para adoptar políticas que anteponen la sostenibilidad ambiental, la soberanía alimentaria, los derechos humanos y los derechos de la naturaleza. Es un movimiento que busca alternativas en las economías locales al rechazar el “desarrollo globalizado” o la idea de un crecimiento económico sin fin. Con raíces crecientes en el antipatriarcado y el antirracismo, los líderes de su movimiento han criticado al socialismo durante décadas por su incapacidad para reimaginar un mundo post extractivista. Es un movimiento transfronterizo que no ve futuro en una economía basada en los combustibles fósiles.
Lo más revelador sobre el camino de Ecuador es el rechazo rotundo de los ciudadanos de Cuenca, la tercera ciudad más grande de Ecuador, que votaron en contra de la minería a gran escala en un referéndum en las mismas elecciones. El referéndum es un paso sin precedentes en la protección de 4200 fuentes de agua que afectarían directamente a las transnacionales mineras canadienses, argentinas, chilenas y peruanas.
Hay una constante en la voluntad del pueblo de Ecuador, una ruptura con los regímenes neoliberales y con el llamado socialismo del siglo XXI—que curiosamente coinciden en sus métodos de manipulación electoral, y sus prácticas económicas—hoy más del 68% votó contra el proyecto de Rafael Correa, quién encabeza la manipulación electoral para descalificar a Yaku Pérez. La mayoría de ecuatorianos, de los sectores medios empobrecidos durante la pandemia, y los pobres olvidados históricamente, quieren otro país. No quieren perdonar más deudas a los grandes grupos de banqueros y empresarios. No desean más privatizaciones. Están hartos de la represión y el despilfarro de recursos públicos. No es sólo un cambio en la matriz energética. Lo que Yaku ofrece es ese otro país que la sociedad reclama.