Fuente: Publicado originalmente por Revista Amazonas Traducido al inglés por Awasqa
Entrevista a Amarela Varela Huerta y Soledad Álvarez Velasco
Este texto nace de una entrevista a Soledad Álvarez Velasco (ecuatoriana) y Amarela Varela Huerta (mexicana). En sus palabras se muestra un mismo tejido de amistad hermana, intelectual, feminista, transnacional y, sobre todo de activismo por la migración digna y libre. Prácticamente no fue necesaria mi intervención como entrevistadora, bastó una pregunta para que se desencadenara el siguiente diálogo, brillante y cómplice que nos muestra cómo tejen estas dos pensadoras su activismo epistemológico, como lo llaman.
AM (Ana María): Para empezar ¿podrían presentarse y contarnos un poco sobre su trabajo? Quisiera saber cómo se unieron sus complicidades, sus activismos, cómo se encontraron.
AV (Amarela Varela): Esa pregunta me parece la más bonita para empezar porque efectivamente fue un flechazo, fue amor a primera vista, nos presentaron cuando Sole era estudiante de maestría aquí en México y yo acababa de llegar de diez años en España y me sentía muy fuera de lugar y, descubrí que Sole habitaba también muy fuera de lugar. En ese momento yo me asenté aquí con mi ombligo, en mi casa, pero Sole sigue dando la vuelta al mundo.
SA (Soledad Álvarez): Pero yo quiero agregar algo, el momento en que nos encontramos con Amarela fue el año 2010 y había pasado la matanza de Tamaulipas, la matanza de los 72 migrantes y Leticia Calderón, investigadora sobre migraciones, tenía un seminario permanente en el Instituto Mora e invitó a varias personas que estábamos trabajando la violencia contra los transmigrantes que venían del sur. Para mí ese fue un contexto determinante porque a partir de ahí hemos seguido de la mano con la Amarela y hemos registrado cómo estas violencias se han ido acumulando y a la vez hemos ido descubriendo otras luchas.
AV: En ese tiempo Sole estaba haciendo bastante trabajo de campo en la frontera sur de México y yo estaba empezando a acompañar a la Caravana de Madres Centroamericanas. En el 2011 fuimos al paraje donde masacraron a lxs migrantes, acompañé a las madres caravaneras que querían poner el cuerpo y orar en el lugar donde sucedió la matanza. Me acuerdo que me impactó mucho que un año más tarde, en el lugar del crimen, seguían desperdigadas ropa y enseres personales, seguramente de lxs migrantes masacrados. Entonces, sí, nos conocimos en ese contexto con la Sole, digiriendo todo eso.
SA: Y eso era importantísimo porque la Amarela traía también un relato, el de la Europa de Frontex que en ese momento no conocíamos tanto. Era el momento en que se hundió un barco en el Mediterráneo y no sabíamos para nada lo que sucedía en Europa y las luchas migrantes que estaban resistiendo. De este lado del mundo, no lográbamos todavía conectar que ya se había dado un giro sistémico global en términos de inauguración de corredores de violencia y de lucha, y que las fronteras de América del Sur ya eran un lugar global de tránsito y de múltiples resistencias.
AV: Me acuerdo sí, luego, Blanca Cordero nos invitó a Puebla a pensar cómo la teoría, cómo las propuestas del autonomismo de las migraciones podían usarse para pensar desde este lado. El autonomismo básicamente parte de preguntarse desde una economía política marxista, pero sin laborizar las migraciones, el tema del trabajo vivo, preguntarnos desde las migraciones sobre el capitalismo y sus condiciones más contemporáneas. La mirada autonomista de las migraciones también está hecha de gente que son la generación anterior a la nuestra, entre ellxs marxistxs, activistas setenterxs, autonomistas, italianxs y francesxs, además de la gente a quien le tocó todo el giro de los estudios culturales en las ciencias sociales. A mi me atrapó su mirada, porque en ese tiempo muchxs pensadores se olvidaron de las relaciones materiales y se clavaron en la superestructura. Por eso, para mí lo más interesante de lxs autonomistxs de esa secta entrañable es que intentaron hacer dialogar, diría mi mamá, a la estructura con la superestructura del neoliberalismo. Para mí, el autonomismo de las migraciones, entre otras escuelas, se propuso tejer un diálogo entre lxs que estudiaban las relaciones capital-trabajo con quienes estudiaban las instituciones de la hegemonía cultural en el neoliberalismo y el capitalismo.
SA: Cuando iniciamos ese recorrido intelectual y de activismo que se detonó en el taller que tuvimos en Puebla, el de las autonomías, acuérdate que una parte de quienes participamos también propusimos actualizar la Teoría de la Dependencia a la luz de las luchas migrantes para comprender cómo nuestros países eran países dependientes de la exportación de mano de obra desde los setentas. Porque cuando surge esa perspectiva crítica, la mirada a la migración existía en tanto se trataba de migración interna campo-ciudad, mayoritariamente indígena; pero no había una lectura de cómo la mano de obra migrante ya estaba saliendo como conectores del sistema mundo de nuestros países periféricos. Entonces ahí hay otro legado, Amarela, que hay que trabajarlo para entender cómo esa mirada crítica que se produjo en los setentas hoy día se podría reactualizar a la luz de una nueva forma de reconfiguración sistema-mundo y su hipermovilidad. Además, en una entrevista pública que se auto hicieron Sandro Mezadra y Nicolas de Genova en Londres, buscaban entender la relación entre trabajo vivo, trabajo objetivado o muerto, circulación, capitalismo y régimen de control. La pregunta era si esta pieza, que se llama régimen de control migratorio y el espectáculo de la violencia de las fronteras y la producción ilegal de migrantes y su deportabilidad, es parte de esta misma pieza para entender esxs sujetxs explotables, esos cuerpos deportables justamente funcionales para un sistema de acumulación; y cómo además ese sistema está montado en una producción espectacularizada de control fronterizo que se multiplica y se flexibiliza. Entonces, en ese diálogo, la crítica desde el marxismo ve también la producción del régimen de control como una pieza importante. Creo que en ese seminario que menciona la Amarela también dialogamos sobre eso. No sólo estuvimos dialogando sobre la necesidad de comprender a lxs migrantes más allá de la fuerza laboral, sino como trabajo vivo, como sujetxs políticos, autónomxs con fuerza, potencia y que su movimiento es una lucha y una disputa. Es decir, era fundamental entenderlxs más allá de ser una fuerza mercantilizada, modificada dentro de la estructura de acumulación capitalista contemporánea dentro de ese régimen de control que es el sistema capitalista neoliberal en las Américas. Tuvimos un diálogo muy potente en ese seminario que dice Amarela, porque veníamos embebidas de estas lecturas mayoritariamente en inglés y efectivamente mayoritariamente hechas a partir del contexto europeo y más o menos del contexto gringo.
AM: Y regresando a su primer encuentro…
SA: Amarela, tú tenías un carro, en Ecuador decimos pichirilo, y me preguntaste “¿wey, y por qué viniste a México?” Cuando llegué a México quería entender cómo lxs ecuatorianxs transitan hasta Estados Unidos, cómo llegan, por qué llegan, qué hacen. Ecuador está a casi 5 mil kilómetros de distancia de Estados Unidos y cómo es posible que hemos crecido en un país migrante tan complejo como México y sin embargo la discusión de la complejidad migratoria no existe, existen tantxs muertxs. Por ejemplo cuando se vuelve pública la tragedia de Noemi Alvarez de 12 años que murió en el albergue de Ciudad Juárez o cuando mueren Luis y Marco, dos adolescentes que cayeron del tren de aterrizaje del avión que salía desde Guayaquil para llegar a New York. Me acuerdo que te decía eso, Ecuador es un país desmemoriado, Ecuador y México están imbricados porque hay gente que se está moviendo todo el tiempo, de arriba abajo. Hay coyotes y hay una lógica de religiosidad cultural local que conecta al Austro ecuatoriano, a Sígsig, a Cochapamba, a Girón con Brooklyn y también con la Ciudad de México y también con Tapachula. Me acuerdo que sobre eso hablábamos las dos, ahí fantaseando en esa locura de articulaciones, nos pusimos a pensar cómo es posible conectarse porque siendo un continente tan complejo y tan similar, parecían que las discusiones sobre las migraciones estaban totalmente secuestradas por un nacionalismo metodológico que no permitía abrir los ojos y ver que era posible que se produzcan no solo transformaciones espaciales reales, sino también luchas comunes transnacionales.
AV: Han pasado 20 años desde que viví en España y en ese tiempo ser antirracista era más bien marginal, habitaba en Europa, me refiero a España en concreto y se habitaba otros ritmos, otras prioridades, otras formas de protestas, otras claves narrativas y académicas y mi feminismo era más bien migrante, como latinoamericana. Cuando terminé mi tesis doctoral, Marta Malo [investigadora militante], me hizo una crítica, amorosa y cuidadosa como es. Ella me dijo que era una barbaridad que solamente un capítulo de mi tesis tratase de mujeres y a mí me impactó muchísimo. Entonces, después de acompañar la lucha de lxs migrantes “sin papeles” en España, que su mayoría (en ese tiempo) eran varones, regresé a México donde el tema de los feminicidios estaba en auge y la Caravana de Madres Centroamericanas era de puras mujeres, había llegado el momento de pensar con el feminismo. Al pensar genealógicamente y ver los tiempos de la “guerra contra el narco”, vino el tiempo del duelo para el México al que volví, y se organizó una Marcha Nacional por la Paz; eran las primeras formas de una nueva subjetividad política que es la de quien busca viva o muerto al familiar que ama, que se juntaba mucho con el tema de los femicidios, quiero decir, tenía mucho rostro de mujer; como digo, fue el tiempo del duelo, del dolor. Recuerdo que en esta última conmemoración del 8 de marzo del 2021, había una compañera buscadora (una mujer que junto a otras busca a sus desaparecidos sin apoyo del estado mexicano) que decía que hacía 30 años habían empezado los homicidios en Ciudad Juárez. Yo creo que durante todo ese arco de tiempo, el tiempo de la rabia, y del dolor como dice la filósofa Mariana Favela, se consolidó en una subjetividad política que tiene que ver con las luchas de mujeres en México. Después se viró un poco a mirar a las mujeres, a la lucha de las mujeres que buscan hijxs migrantes o hijxs desaparecidxs o que rascan las fosas clandestinas con palas y ahí nosotras también creo que hicimos una apuesta, además de que no fuera adultocéntrica, que fuera global, intentamos mirar con perspectiva feminista.
SA: En la juntura que tuvimos las dos, ha sido clave nuestra complicidad en términos intelectuales y políticos desde un acompañamiento intelectual, político y activista, además del permanente cuidado feminista, acompañarnos en enfermedades, nacimientos y muchos caminos. Por eso se explican caminos tan largos entre las dos. Otra pieza importante es que nuestra generación era una generación muy politizada en términos de entender cómo en América Latina el intervencionismo de Estados Unidos estaba presente, y el estudio de las migraciones era el terreno en el que podíamos entender que si bien en los setentas y ochentas esa intervención fue explícita, a partir de los noventa, en el neoliberalismo contemporáneo, las formas de inmersión en la dinámica migratoria y de seguridad nacional de nuestros países que Estados Unidos hace, son mucho más sutiles, pero están completamente presentes. Nuestros países han ido internalizando formas análogas de control a los cuerpos racializados de hombres y mujeres empobrecidxs y solicitantes de asilo provenientes de países del Sur Global. Son formas de control que impactan las vidas de mujeres, de niñxs, de migrantes en tránsito. Nuestra apuesta era aportar pistas para abonar a develar la complejidad del régimen fronterizo de control, queríamos etnografíar cómo los países latinoamericanos estaban haciendo un juego extremadamente perverso para controlar fronteras, movilidades y vidas. Ahí creo que nos politizamos más; además, al entender un fenómeno que a mi me marcó muchísimo y que son las historias de mujeres que buscaban a hijxs desaparecidxs en la frontera sur de México, los cuentos de niñxs que también iban viajando solxs, los cuentos de ahogadxs en el mar. Esos cuentos de muertes eran el relato de mi propio país, era el relato que venía desde Ecuador y que era un relato que no se estaba politizando y que la lucha feminista en Ecuador hasta el presente no lo tiene en su agenda como una de las temáticas fundamentales. Tantxs niñxs ecuatorianxs se quedaban a cargo de las cuidadoras que son abuelas y que hacen de triple cuidado, que están a cargo de la reproducción social en las localidades indígenas, las más pobres y que nadie mira eso. Entonces veíamos una sintonía con lo que estaba pasando en México y que la producción de muertes tenía que ver otra vez con esa intervención hacia abajo, esa externalización de la frontera de Estados Unidos en el continente, no solo en México, tenía eco hasta el sur de los Andes.
AV: Eso, que era y es el Estado, como dicen los papás de los estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa.
SA: ¡Si!, y por eso las travesías migrantes son una lucha decolonial porque poner el ojo en las migraciones supone poner el ojo en el Estado, en sus fronteras y ese trazo solo se lo entiende como un trazo postcolonial y toda la violencia racista que ha generado y ha desencadenado hasta el presente. Por eso digo que es una lucha, una aproximación y una puesta feminista sin duda desde las distintas aristas que hemos trabajado: Amarela con madres que buscan a sus hijxs desaparecidxs, o en las actuales caravanas de madres solas que llevan a sus hijxs; mientras que yo he trabajado con las cuidadoras, que para mí ese fue una remoción enorme emocional, porque son mujeres. Son abuelas que se quedaron huérfanas de hijos, huérfanos de nietos y como ellas mismas dicen, la tierra se va quedando huérfana en la medida en que ellas se quedan ahí solas, sosteniendo la vida cotidiana en las comunidades indígenas. También nos hemos politizado muchísimo aprendiendo de lxs niñxs y lxs adolescentes en el modo que ellxs han ido resistiendo y resintiendo este régimen de control y este régimen de opresión y violencia que se está reproduciendo incesantemente. Ahí se nos abrió una agenda que es una agenda de creación, es una agenda de creación colectiva, de juntura colectiva y hemos venido empujando muchas cosas con la Amarela y yo le digo que ella es mi pitonisa, porque siempre andamos complotando.
AM y SV: Es insólito lo que está pasando ahora porque ha llegado a unos extremos.. en el 2010 fue la matanza de los 72 que nos aniquiló, nos dejó sin aliento y desde ahí comenzamos a narrar y la cosa no ha parado… la masacre de Camargo, la fosa común en el Mediterráneo, los enjaulamientos de niñxs…
AV: Sí, o el surgimiento de cada vez más presencia de niñxs de la calle (migrantes y racializados) en Europa o la familiarización de la violencia, los niños y niñas que han muerto enjauladxs en Estados Unidos o en México, pero también todas las historias a las que tenemos acceso sobre secuestro, trata… Por eso creo que nos hemos vuelto muy melancólicas, porque es muy difícil de digerir la realidad cuando has habitado en las dos orillas. Yo creo que todas esas formas de violencia son propias del neoliberalismo y así se agudizan, como ahora la explotación virtualizada del capital-trabajo, se agudizan las violencias. Entonces sí, hay que estar listas porque vamos a ver un proceso de barbarización del Occidente a través de las tecnologías de muerte que se han aplicado en nuestros territorios pero también creo que vamos a ver luchas.
SA: Y eso creo que es importante de decir, cuando decías esto de la barbarie me acordaba de algo que dice Ana Tsing, esta antropóloga genial que le sigue las rutas a un tipo de champiñones, los matsutakes, (ver: The Mushroom at the End of the World: On the Possibility of Life in Capitalist Ruins) y ella dice que lo más bonito de cómo opera el crecimiento de los champiñones y la exportación de champiñones en el mundo es que tú ves que en un mundo en ruinas, en absolutas ruinas, debajo de la tierra siempre está la vida que sostiene la creación y multiplicación de bacterias y champiñones. De alguna manera es eso, en un mundo en ruinas, la vida sigue, la vida se sostiene y creo que es algo que nosotras no estábamos listas para atestiguar y está pasando en América del Sur. Por ejemplo, en 5 años hemos receptado como sociedades latinoamericanas a cinco millones de venezolanxs y no tenemos todavía una dimensión, no podemos entender cómo eso nos está transformando como sociedades, no sabemos que estamos viviendo en un éxodo que ha sido incesante y que regresa a la reflexión que hemos tenido contigo Amarela, frente al cual las izquierdas que sostuvieron los discursos post-neoliberales, poco dicen o no dicen nada al respecto. No ven cómo el ejemplo clarísimo de Venezuela lo que hay es un país estrangulado por la intervención EE.UU., además de un régimen interno quebrado y colapsado por todas las contradicciones que tuvo el régimen de Chávez y Maduro y ahora quien lo sufre a diario son esxs cinco millones de caminantes que suben y bajan a pie el continente. En entrevistas digitales que he hecho, es insólito lo que lxs venezolanxs viven: montan y desmontan ciudades con carpa, cruzan con barco, cruzan a pie, se detienen, continúan en condiciones que lo que tienen es un carrito de compra que se convierte en su casa o, un coche de bebé donde van empujando a la familia. Lo que está pasando en el corredor del sur, el que conecta a la Región Andina con los países del Cono Sur, es que la gente no está dispuesta a migrar separada, la gente se va con su familia, se van la mamá, el hijo, la familia de tres o de cuatro, las nuevas familias que se organizan con los vecinos, con la abuela, se van en familias y son familias enteras que están en estos tránsitos, por páramos, por el desierto y creo que América del Sur hoy día está atestiguando lo que México atestigua hace algunos años. Lo que estamos viendo son escenas bárbaras, muertes en los páramos, muertes en el desierto de Chile antes de entrar a Perú, la mortandad quizás no es la misma que la del corredor Centroamérica-México-Estados Unidos pero, en la zona ecuatorial y andina, ya tenemos desaparecidxs, muertxs y gente que vive en la calle, que la calle se volvió su hogar, su lugar de vida y cuando decimos gente estoy hablando de millones, en Ecuador hay cuatrocientos mil venezolanxs registradxs más todxs lxs que llegaron a Colombia, a Perú, a Chile, es una masa de gente errante, eso es lo que pasa al sur.
AV: Así es Soledad, a lo que habría que añadir, lxs niñxs enjauladxs, lxs centroamericanxs jóvenes deportadxs por “parecer” maras a los ojos de la policía gringa y, una vez que aterrizar en sus países, estos jóvenes son también criminalizados a los ojos de las comunidades que no los abrigan, los desamparan y los rechazan, les temen. Es decir, se ha familiarizado la extranjerización perpetua a la que estos jóvenes están sometidxs. Lo que quiero enfatizar es que ante la familiarización de los flujos como estrategias de los pueblos en movimiento, los gobiernos han construido dispositivos para afectar a las familias, asistimos a la familiarización de la administración del terror. Y, al mismo tiempo, estas violencias y los ecos de otras resistencias han familiarizado las resistencias y los cuidados, por ejemplo, en las organizaciones de caminantes en Venezuela, los núcleos de personas que caminan juntos en el Darién con vínculos ya sean sanguíneos o construidos en la misma ruta, en las carreteras y en las fronteras. Como dice la Valentina Glockner, hay ejercicios de cuidado colectivo que se pactan entre extrañxs, y esos cuidados construyen lo que hemos llamado con la Soledad y otros, comunidades de cuidado en movimiento, que incluso se mantienen después de terminado el éxodo en donde cada quien consigue asentarse. Nosotras tenemos amigas caravaneras que han seguido juntas como madres solteras insistiendo en quedarse juntas, por ejemplo, las caravanas de México para mí fueron lo que para mi mamá el zapatismo del EZLN, ella era sobreviviente del 68 y luego en 1994 recuperó la esperanza con el levantamiento indígena contra el neoliberalismo, algo parecido me pasó a mí con las caravanas. Para mí las caravanas son ese ejercicio de rebelión abierta de todo lo que estamos hablando, estuvieron conformadas por familias de todo tipo, muchas eran monoparentales, familias ensambladas entre varias madres solteras.
SA: Yo creo que en esa familiarización que dices de las resistencias hay una transformación radical que ha sido el acceso al espacio digital. Cuando trabajé con migrantes que llegaban de Siria, de Asia, de África hacia Ecuador, su vida era en el mundo digital. La digitalización de la migración, con todo hay que verle con reparos porque también es una apertura para que el régimen de control los vea y los entienda, porque ya saben que Google o Facebook vende los datos. Pero es la manera en que se conectan entre migrantes y, de repente, Facebook se vuelve un espacio comunitario virtual para encontrar trabajo, para que lxs venezolanxs se presten las cuentas de Uber y de Glovo para poder trabajar, para anunciar trabajos temporales, para anunciar rutas, para anunciar salidas con coyotes. Creo que la digitalización, la virtualización de nuestras existencias, ha permitido que esas vidas en ruinas como estábamos diciendo antes, estén ahí y se vayan sosteniendo porque, de lo contrario, no entenderíamos cómo caravaneros, trocheros, caminantes conocen información super actualizada de rutas y mantienen sus redes y afectos transnacionalmente. Además, creo que estamos atestiguando un momento en el que la migración ya no solo es intraregional, es una diáspora global que ha llegado como efecto de la proliferación de guerras, de conflictos religiosos y políticos en el mundo, del efecto del calentamiento global, de la fortaleza Europa y de las miles de muertes en el Mediterráneo. Una manera de ver esa lucha, que a veces se nos puede pasar desapercibida a pesar de que sus cuerpos en movimiento nos lo están diciendo, es ver cómo se desvía la ruta migratoria de Europa a Sudamérica y esto es una respuesta de cuidado a esxs cuerpxs migrantes, es una respuesta para decir “no voy a arriesgar la vida, me voy para ese otro continente donde puedo de alguna manera encontrar algún lugar seguro”. Creo que esa es una lucha que nosotrxs estamos permanentemente viendo y eso es lo que nos junta más con Amarela y un colectivo más grande de gente.
AV: Yo quisiera terminar con esta idea de que nos hemos contaminado mutuamente la Sole y yo y que estamos tejiendo una apuesta entre vital, política y académica para construir una mirada feminista, prieta y radical sobre las migraciones en lo contemporáneo. Porque aún está pendiente en el mundo de las migraciones y en los discursos que critican el gobierno global de las migraciones, incorporar una mirada feminsita radical, tal y como hicieron los feminismos del tercer mundo, las negras, las luchas de mujeres en Brasil, que fue posicionarse desde su lugar de ser mujer en las luchas populares. Hace falta que le hagamos una crítica desde el feminismo radical a la guerra global y total contra lxs migrantes y que nos emparentamos con las luchas de mujeres, de las que buscan a sus hijxs desaparecidxs, de las que cocinan ollas populares en tiempos de confinamiento barrial por COVID19, de las que salen cada 8 de marzo a las calles de todo el mundo, creo hay que contaminarnos de sus hipótesis, de sus formas de lucha, hay que dejarnos atravesar por sus experiencia y viceversa. Me gustaría que esta entrevista llegará a las feministas que leen esta revista, para contaminarlas con esta inquietud, para que comenzaran diálogos con otras mujeres migrantes que ya se piensan como feministas, como lo demuestran las dos asambleas que hemos organizado ya desde el proyecto de Inmovilidad en las Américas. Y, al mismo tiempo, ojalá las preguntas de las compas feministas de NiUnaMenos o de otras colectivas lleguen a incomodar a las migrantas, a interpelarles para que pensemos juntas en cómo agrietar el patriarcado, para conspirar juntas de cómo inspirarle miedo al capital.
SA: Y para cerrar del todo, creo que una lucha importantísima en la región, sobre todo para la Región Andina, es como los movimientos indígenas de nuestra región también tienden puentes. Con la lucha migrante se deben todavía tender puentes políticos: quienes migraron históricamente han sido indígenas desde Ecuador que no han cesado de salir y, sin embargo, la reivindicación de la justicia migrante no es parte de la agenda del movimiento indígena, estoy hablando del caso de Ecuador pero, me parece, es una realidad extensible para otros países. Es decir, las de los pueblos indios con las de los pueblos migrantes son luchas que deberían converger, tanto como la del pueblo afro-descendiente porque son luchas que resisten contra el racismo capitalista, colonial en todas sus capas. En la masiva movilización anti-neoliberal en octubre del 2019 en Ecuador, con el movimiento indígena ecuatoriano a la cabeza que puso sus cuerpos, asistimos más bien a un momento de xenofobia hiper elevado contra la población venezolana. Somos un país migrante, somos un país transnacional, somos una América transnacional atravesada por la migración, somos una América indígena, una América negra, una América mestiza, ¿cómo logramos que esas luchas converjan con el feminismo? Esa es una pregunta para todas nosotras.
Referencias
(1) https://brill.com/view/journals/pari/1/2/article-p337_337.xml
Migration and the Question of New Political Possibilities: Nicholas De Genova and Sandro Mezzadra—In Dialogue