La teoría marxista proviene de una crítica a la acumulación del capital en manos de la burguesía, en base a la explotación de la mano obrera, para lo cual Karl Marx visualiza una redistribución del capital, ahora en manos del estado socialista, con apoyo del proletariado. Sin embargo, dentro del pensamiento de la “explotación obrera” y la construcción del estado-nación no caben los conceptos de la explotación de la Naturaleza y de los cuerpos, estratificados racialmente además, que los diversos colonialismos infligían en su disputa por tierras y riquezas. Como heredero de una ideología colonialista de mediados del siglo XIX, Marx no cuestiona la concentración patriarcal del poder, ni tampoco a la industrias extractivistas y la idea del desarrollo, más bien las aplaude.
Marx, hay que decirlo, como todos los intelectuales del siglo XIX, es heredero de la ideología del determinismo Darwinista, influenciado por el Destino Manifiesto civilizatorio del Cristianismo. Lenin retoma la ideología Marxista y la convierte en manuales para la construcción de “la dictadura del proletariado” (que hoy por ejemplo son usados por la extrema derecha global, para lanzar sus proyectos de toma del poder), en la que no cabía los derechos de la naturaleza ni los defensores de la misma, y por ende, los pueblos indígenas. Éstas, hay que decirlo, son la raíces de la democracia socialista.
Las experiencias de los proyectos políticos del llamado Socialismo del Siglo XXI (SSXXI) en Latinoamérica han tenido diversos derroteros. Si bien cada proyecto se apoyó originalmente en la oleada gigante de movilización-organización indígena y popular que cambió el rostro de muchos países de la región, cada uno de ellos ha terminado deslindándose mutuamente. El «folklore indígena» es utilizado por esos regímenes como un espacio de atracción turística y «cultural», incluso como propaganda política, y no como una política de estado para proteger los derechos de la autodeterminación los pueblos. Las hermosas imágenes de los coloridos tejidos indígenas son bien vistas en el contexto de atraer capitales extranjeros, no como la identidad de personas que demandan derechos, incluyendo la autonomía, diversidad cultural, educativa, o economías locales sustentables.
Esos regímenes, se han apoyado teóricamente en una generación de intelectuales marxistas-leninistas, blancos, europeos, y que padecen de la misma incapacidad innata del materialismo dialéctico de entender otra naturaleza que no sea lo material, lo productivo. En sus argumentos, al final lo que se denota, en forma lamentable, es una profunda ignorancia y desprecio no solo por la espiritualidad indígena, sino incluso por la historia, e incluso ahora, en medio de la pandemia, desprecio por la lógica, pues su ciencia no es capaz de explicar que el extractivismo desarrollista, práctica que comparten con gozo con el mundo capitalista, es el responsable del cambio climático y las condiciones que generaron la existencia del COVID 19.
Se pueden notar afirmaciones exclusivistas como, “[el ecologismo] es una religión apenas camuflada: el terror milenarista, la preocupación por todo excepto el propio destino político de los pueblos… los derechos de la Naturaleza’ es una forma contemporánea de opio para las masas…. Puesto en palabras simples: La Naturaleza no existe” de Alain Badiou (EE, 159-60). “¿Cuál es nuestra mayor fuente de energía hoy en día? El petróleo… Las reservas de petróleo que benefician al planeta son remanentes de materiales de una catástrofe inimaginable… la ecología de a poco pase a ser un nuevo opio de las masas” Slavoj Žižek.
Pretenden así descalificar los sistemas de protección de la naturaleza que desarrollaron los pueblos originarios y que durante más de 5 mil años mantuvieron un equilibrio ambiental. Al abandonar la posibilidad siquiera de entender la espiritualidad, las diversas cosmovisiones, y la lucha por la territorialidad indígena, el leninismo marxista ha dado la espalda a la mayor lucha anticapitalista del siglo XX y lo que va del Siglo XXI: la reivindicación de los derechos históricos y políticos de los pueblos originarios. Para los pueblos indígenas, la protección de la Madre Naturaleza es parte integral de un sistema de vida que les da razón de ser, incluso la defensa de la lengua se convierte en un espacio de protección cultural territorial indispensable para la sobrevivencia de los pueblos, y así lo defienden, literalmente con sus vidas.
El Tren Maya Como Proyecto Neocolonial
En México, después de décadas de lucha del movimiento indígena, campesino y de las organizaciones de la sociedad civil, se creó un “movimiento” para cristalizar los esfuerzos históricos para derrotar a PRI-partido de estado, y sus aliados de la derecha, el PAN, para dar paso a la presidencia en forma reciente (MORENA y AMLO). Apenas a unos meses después de ganar la elección, el gobierno de México se desligó del movimiento social, de las organizaciones indígenas e incluso dio paso a una confrontación. En una afán “modernizador” ha retomado y extremado las políticas extractivistas del viejo régimen, violentando incluso la Constitución y los Convenios Internacionales firmados por el país en materia de derechos indígenas (acceso a fondos del estado, a la consulta previa, a la salud, entre otros).
El Mega Proyecto del llamado “Tren Maya”—cuyo plan es atravesar de lado a lado el territorio nacional, contagiando de COVID 19 a trabajadores del proyecto y pobladores originarios, así como destruyendo sus comunidades, lugares sagrados, vestigios arqueológicos, y dañando irreversiblemente el ecosistema selvático ahí prevalente—fue denominado un «proyecto esencial» durante la pandemia. Los pueblos indígenas de diferentes regiones se han organizado para resistir el proyecto, incluso tomando medidas legales para frenarlo. Algunos pobladores indígenas de Oaxaca, han tomado medidas de hecho, en demanda de un hospital local no están permitiendo que avancen las obras. La respuesta del estado ha sido, “Las labores del Corredor Transístmico no se paran ni con la pandemia ni con los sismos.”
Recientemente, el gobierno, a través de la oficina de turismo, ha reconocido que en el contexto de la construcción del llamado Tren Maya, puede estar cometiendo actos de etnocidio pero: “El etnocidio puede tener un giro positivo, el ‘etnodesarrollo’.”
La «cuarta transformación de México» (4ta) enarbola la bandera del SSXXI como pasados gobiernos del sur, que de fondo nunca superaron el desarrollismo extractivista, poniéndolo a la par de los gobiernos neoliberales que utilizan la depredación para «impulsar» la economía. En términos concretos, el proyecto económico de los regímenes del llamado SSXXI son muy similares en objetivos al Liberalismo del Siglo XIX, antidemocrático y autoritario, e incluso se identifica y retoma sus héroes.
Tomemos, por ejemplo, la forma en que la 4ta enarbola la imagen de Benito Juárez “el único presidente indígena” de México, como baluarte infranqueable. Juárez era el Presidente de la Suprema Corte de Justicia, nacido indígena zapoteco, que prefería hablar francés (antes de la invasión francesa), que llegó al poder en 1857 por un golpe de estado (Comonfort vs Juan Álvarez) y se quedó ahí 15 años, hasta el último de sus días. Juárez decretó la uniformidad educativa en español, con lo que se promovió la desaparición de decenas de lenguas indígenas originarias. Después de que el pueblo de México derrotara a la invasión francesa, un grupo de campesinos liderados por el agrarista Julio López inició una revuelta para repartir tierras a los campesinos desposeídos, distribuyendo copias del manifiesto comunista (de Marx). Juárez tomó parte por los dueños de los latifundios y mandó ejecutar a los alzados, sin juicio.
Benito Juárez no gobernó con una cosmovisión indígena, lo hizo como liberal de derecha. Incluso la radicalidad mayor que se le atribuye, el estado laico, fue propuesto por la Revolución de Ayutla que Juárez ayudó a derrocar.
Una Advertencia para los Socialismos del Norte
Para la ortodoxia ideológica, los pueblos indígenas son un obstáculo a su idea de desarrollo. El proletariado que la ortodoxia impulsa es para un solo país, una identidad, un estado, una cultura, un idioma, y no admite variaciones culturales por considerarlas “burguesas” (la espiritualidad indígena es una veleidad), y por ejemplo, termina analizando siempre en forma reduccionista el “problema indígena,” como un asunto de tenencia de tierra, porque quiere entender: indígena = campesino.
En forma lamentable, el materialismo dialéctico no provee de herramientas teóricas para entender la espiritualidad indígena, y esa castración de origen (solo puede ver obreros, campesinos y proletarios), rompe su posibilidad de acompañar, comprender, solidarizarse y ayudar a sostener los sistemas del Sumak Kawsay de los pueblos originarios. El proyecto del SXXI es económico. “El gran desafío de nuestra época, es lograr sociedades dominando el mercado y no mercados dominando sociedades,” afirman con orgullo, muy cercano a las prácticas neoliberales en sus formas y sus recursos. El proyecto indígena es holístico, no lineal, integrador de una visión hermenéutica del mundo, en la que el ser humano es una pequeña parte de un todo gigantesco, colosal, que se nutre de todos sus integrantes.
En un sentido estricto, los gobiernos que se identifican con el auto llamado SSXXI han promovido una idea colonialista republicana, de tomar la tierra porque pertenece a “la nación”, y han desarrollado una depredación de los territorios ancestrales sagrados de los pueblos originarios. También han implementado políticas extractivas expoliadoras del medio ambiente, e incluso ha dado pasos a cometer actos de etnocidio para lograr sus metas, lucro para el estado-nación por encima de los pueblos.
Cabe resaltar que hay una buena produccion academica en Latinoamerica sobre este tema, que proviene de haber pasado ya por variados regimenes del socialismo del siglo XXI, unos mas autoritarios que otros. Por ejemplo, Horacio Machado Áraoz comenta:
Como ya hemos señalado en otros trabajos, salvo notables excepciones, el pensamiento predominante de izquierda en general–por diferentes vías argumentativas y en distintos contextos histórico políticos–, ha tendido a desconsiderar, soslayar y/o minimizar la problemática ecológica, escindiéndola de las cuestiones cruciales de la dominación capitalista […] Más allá de las grandes diferencias que los distinguen, estos “socialismos de crecimiento” han coincidido en abrazar la fe en el “desarrollo de las fuerzas productivas”, como condición y vía inexorable para la superación de las contradicciones del capitalismo.”
Sin embargo, en este momento, a nivel continental desde Alaska, Canadá, Estados Unidos hasta el último territorio de la Patagonia, la vanguardia del movimiento social, quienes tienen más represión, más iniciativas, más muertos, mayor ámbito de influencia en los países, y contra quienes los gobiernos hacen esfuerzos sistémicos por descalificar, desmovilizar, desfinanciar, y desmantelar es el movimiento indígena y su defensa irrenunciable de la Madre Tierra. Los espacios de vulnerabilidad a que se encuentran sujetos los pueblos originarios han agudizado la incidencia de la pandemia, y aún así, no renuncian a su convicción milenaria de ser uno mismo con la Pacha Mama, con todo los seres vivientes. Para los pueblos indígenas, la geometría política—izquierda o derecha en el gobierno— no cambia los resultados, solo el discurso.