Por milenios, las personas han integrado la agricultura a su estilo de vida. Las comunidades del altiplano tienen una conexión especial con la tierra porque es quien les provee de alimentos. Por esta razón, la cultura aymara está fuertemente ligada a rituales como la challa,1 en carnavales y en agosto, que es el mes de la Pachamama.
La conexión con la tierra está internalizada en acciones diarias, en relación con los alimentos, como la leche de la vaca, la papa y el chuño, que son símbolos de identidad cultural aymara. Esta relación se suele manifestar en frases de las mujeres aymaras cuando te advierten: “Cuidado que hagas derramar la leche, al hacer hervir, porque si pasa, el pezón de la vaca se va a agrietar”, lo que ocasiona que la vaca ya no provea de leche ni a sus becerros ni a los cuidadores. Si estás escarbando papa y por accidente partes la papa en dos con la chuntilla,2antes que molestarse contigo, te dicen: “Agarra la papita en tus manos, pedile disculpas, y besa la papita”. Así como manifiestan su conexión con la tierra, desde lo comunitario e integrador, es cómo están las mujeres íntimamente relacionadas con los elementos alimenticios.
Llevando en mano una canasta, la chuntilla, en la espalda un ahuayo3 con la merienda o apthapi,4 varios yutes y mucha energía, inicia la temporada de cosecha (febrero a mayo). Las comunidades aymaras migrantes que residen en La Paz y en El Alto se trasladan a sus comunidades de origen a cosechar lo que se ha sembrado y con la esperanza de que la helada no haya afectado sus cultivos, en su mayoría la papa, la más cotizada. El feriado de Semana Santa es una excusa perfecta para escarbar la tierra y sacar a las hijas de la pacha, las papas. Se suele necesitar bastante ayuda porque es un trabajo pesado. Ahí, es donde el ayni, cooperación y reciprocidad entre los miembros de la comunidad, se activan más que nunca para avanzar y lograr terminar la cosecha, donde se muestra el sentido de comunidad a través de la agricultura. Cuando uno pide el ayni, está consciente que en otra oportunidad uno debe colaborar de la misma forma.
Tras el crecimiento del concreto y edificios en las ciudades metropolitanas, que habitan más que los árboles, plantas o espacios recreativos naturales, emerge un movimiento de resistencia. Personas migrantes que crecieron en las ciudades de La Paz y El Alto buscan espacios de encuentro íntimo con los alimentos y con la tierra. Como un acto de resiliencia nacen los huertos urbanos, como un acto de reconocimiento a nuestra capacidad para producir nuestra comida de manera sostenible y garantizar así la seguridad alimentaria de las familias. Además, los huertos urbanos son un motor de productividad colectiva donde se rescata la sabiduría y conocimientos en pro del espacio y va contra el individualismo.
En la zona de Pampahasi en La Paz, que en aymara significa pradera frágil, se encuentra el huerto liderado por awichas y achilas,5 el cual emerge de la idea de replicar los huertos de ocio. En 2019, tras un viaje a España, Petrona Mamani, una de las fundadoras del huerto, conoció los huertos de ocio, donde varias personas se reunían para cultivar de forma sustentable. Así comenzó la transformación de un espacio donde habitaba la basura, para convertirse en un espacio genera productividad.
Inician el día en el huerto, donde el olor es armonioso que revitaliza, saludando a las plantas, reconociendo que son seres vivos, abriendo la carpa, revisando los cultivos, deshierbando, regando y luego pasan a “La sala de descanso”. Este es un espacio donde se akullika,6 se conversa, se dialoga, nada sale de esas cuatro paredes porque es comunidad, los asientos acomodados en círculo convoca a que todos se puedan ver y que estemos conectados y seamos parte de la comunidad, en este caso de las abuelas y abuelos. Además, se siente cómo las energías se encuentran y la esencia de una comunidad intergeneracional, donde el adulto mayor enseña conocimiento, sabiduría y la lengua materna, el aymara.
Más que un huerto, es una comunidad de resistencia donde las dulces kisas7, con arrugas y canas, son la comunidad awichas, un tejido comunitario con el objetivo en comunión con saberes ancestrales y la madre tierra. Son una semilla de esperanza sostenible, conocimiento, experiencia y buena energía que permite producir alimentos sanos, saludables y ecológicos. A su vez, es un compartir de momentos regenerativos con las awichas y achilas. Cada momento es un aprendizaje, dedicación y atención a la mesa de cultivo.
Y este espacio, además, se ha ido expandiendo. La comunidad está ahora integrada por 25 adultos mayores aymaras que han migrado desde sus comunidades rurales originarias. El huerto cuenta con dos casas comunitarias, un taller de hilado y tejido de lana alpaca y comedores comunitarios que brindan apoyo nutricional a sus miembros. La convivencia se basa en la reciprocidad, la autogestión y la complementariedad, donde lo colectivo prima sobre lo individual. La comunidad cultiva papa, haba, arveja, cebolla, nabos, rabanitos, tomate, pepino para autoconsumo.
Mover la tierra, sembrar, hacer germinar, el riego y el cuidado de parcelas es un trabajo arduo y constante –y sobre todo comunitario– donde las energías hacen sinergia y caminan juntas para ver crecer y nacer a las hijas de la pacha, que en agradecimiento a su cuidado de la Pachamama, nos da como ofrenda.
- Ceremonia ritual para ofrendar y dar gracias a la Pachamama. En el altiplano se pone serpentina, confeti y se echa vino a los cultivos y se toca una Tarqueada, música nativa. ↩︎
- Azadón. ↩︎
- Tejido de lana de colores que utilizan las mujeres para llevar a los niños o cargar cosas. ↩︎
- Diversos alimentos que se lleva para compartir. ↩︎
- Abuelas y abuelos, respectivamente. ↩︎
- El acto de masticar la hoja de coca. ↩︎
- Persona de edad avanzada. ↩︎