Existe el viejo adagio de un venado elegante—quizá de cola blanca, quizás con cuernos— que un científico mata para estudiar, para sostener su corazón carmesí, para despegar los párpados y ver la tierra reflejada en los orbes de la noche. Una vez muerto, ya no está. Su vuelo vital, sus movimiento hábiles, los saltos delicados…